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Papá, papi, viejo…

Papá, papi, viejo…

Nuestro primer encuentro aún antes de nacer, allí en el cálido y acuoso vientre materno es con ella, pero desde entonces ya muchos sentimos una voz fuerte y segura que a veces susurra junto a la pared que nos separa. Desde entonces ya intuimos que alguien fuerte también nos espera para cuidarnos.

Luego viene la luz intensa, nacer duele y cansa, la madre suave como seda nos alimenta, nos arrulla, y de pronto: una primera cargada de papá “incómoda, demasiado rígida porque trata de ser suave” y sus primeros arrullos medio torpes. La experiencia es extraña pero deliciosa y comienza a hacerse costumbre para cualquier bebé que luego espera esa mano fuerte al dar los primeros pasos, esa voz grave en los consejos y hasta en los regaños, los paseos en bicicleta, los primeros lanzamientos de pelota y alguna instrucción por el primer amor.

Quien haya vivido junto a un padre esas amorosas expriencias, sin dudas también será un excelente progenitor. Aquello de que madre hay una sola y padre es cualquiera, lo dijo quien no tuvo un padre así como el que tantos podemos recordar, ese hombre que enseña a ser padre o madre a sus hijos a base de amor.

Y pasan los años, de su mano guiando la nuestra transitamos a la nuestra remolcando la suya, tal como antes nos llevó a la escuela o al turno del dentista, ahora depende de nosotros para vivir amado y protegido igual que una vez nos hizo sentir.

Papá, papi, viejo…no importa la palabra escogida para nombrarte, sino la música que brota cuando se pronuncia; formas la vida y eres ella misma, de tanto quererte no se necesita un día para el homenaje, pero ya que otros decidieron celebrarlo, tengo un mensaje: Papá, papi, viejo…muchas gracias.

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